Desde hacía horas aguardaba en el hotel "Deustches Haus" una llamada desde Casa Wachenfeld, en Obersalzberg. Tenía que hablar con Hitler. A mi lado estaba sentado un caballero de unos cuarenta años, que no dejaba de lanzar las más estrepitosas maldiciones contra nuestro jefe. Se trataba del "Oberste S.A. Führer" [19] Franz Pfeffer von Salomón, a quien para abreviar se le acostumbraba a llamar "Osaf". El antiguo oficial y ex jefe del "Freikorps" [20] no acertaba a comprender que Hitler se retirara a las montañas mientras el partido ardía por los cuatro costados.
Especialmente grave era la crisis en las S.A. Uno de cada dos de los 60.000 hombres que componían sus efectivos estaban sin trabajo. Muchos no sabían de qué vivir, dejando aparte el hecho de que hubieran tenido que comprarse de su propio bolsillo la camisa parda, las botas y sufragarse también los gastos de desplazamiento. Hitler, por contra, había adquirido por un millón y medio de marcos el Palacio Barlow, en la Brienner Strasse, de Munich. La transformación del palacio en "Casa Parda" costaría otro millón y cada camarada del partido — el NSDAP había crecido entretanto en unos 250.000 miembros — tenía que hacer efectiva una cuota especial de 2'50 marcos destinada a los trabajos.
—Mis hombres no se dejarán arrastrar mucho más tiempo por toda esa megalomanía — exclamaba, fuera de sí, Pfeffer von Salomón.
El Reichstag había sido, a todas éstas, disuelto y la nueva consulta tenía que celebrarse el 14 de septiembre. Goebbels había augurado "unas elecciones como los bonzos de los partidos no habían visto todavía." Para mantener su ascendencia entre los jefes de las Secciones de Asalto exigía "Osaf" que la candidatura nacional estuviera al menos compuesta por la mitad de candidatos procedentes de las S.A.
Finalmente, el miércoles 1 de agosto, recibió Hitler a "Osaf". Me vi obligado a esperar en el antedespacho. La discusión entre Pfeffer y Hitler se desarrolló a voces. Una hora más tarde, salió el primero, pálido como una hoja de papel. Hitler, por contra, no mostraba la mínima huella de agitación. Solicité mil marcos para hacer frente a unos pagos de urgencia y tres minutos más tarde tenía el talón firmado por Hitler en el bolsillo. Pfeffer me llevó en su automóvil a Munich.
—De todas las S.A. ha elegido solamente cinco como candidatos — comentó.
Poco después, Pfaffer era depuesto y el propio Hitler asumía, como cabeza del partido, la jefatura conjunta de las S.A. y las S.S.
Una buena parte de las S.A. berlinesas se rebelaron, pura y abiertamente, contra aquellas medidas. Ocuparon la nueva sede del "gau" en la Hademannstrasse y dieron rienda suelta a su irritación contra los "bonzos" devastándola de arriba abajo. Los que permanecían fieles tuvieron que llamar en su ayuda a la policía para que les protegiera. Entretanto, el gauleiter, doctor Goebbels, se encontraba en Silesia, efectuando un recorrido electoral.
Hitler cogió el avión y se plantó en Berlín. Con un escuadrón de S.S. penetró en los locales de las S.A. Fue acogido con hostilidad y muchos antiguos luchadores le volvieron ostentosamente la espalda mientras hablaba. Hitler exhortó a las S.A. no perder los nervios, ya que el movimiento se hallaba en plena trayectoria de ascenso al poder. Para contentar a los protestatarios elevó la cuota del partido en veinte "pfennig" destinados enteramente a las S.A. en concepto de gratificación y les prometió asistencia jurídica gratuita cuando fueran detenidos en una refriega callejera o mientras ejercían la protección de un acto. De esta manera, se consiguió pacificar algo los ánimos.
Catorce días más tarde, el 14 de septiembre de 1930 se convertía el NSDAP, con sus 6'4 millones de votos y sus 107 puestos en el Reichstag, en el segundo partido de Alemania. Dos años habían bastado para multiplicar por ocho el número de sus votos. Los camaradas del partido se sentían transportados por el vértigo del triunfo, pero con ello no contribuían más que a aumentar no poco la confusión reinante. Los ciento siete camisas pardas del Reichstag creyeron que había llegado el momento de hacer realidad el programa nacionalsocialista. El 15 de octubre, la fracción presentó, bajo el mando de su jefe doctor Frick, su primera propuesta de ley en la nueva Cámara: limitación del tipo de descuento en un cinco por ciento, exigiendo, además de ello, la nacionalización de la gran banca.
Hitler no parecía, por contra, tener una gran prisa. Un año antes había encontrado finalmente patrocinadores en los círculos de la industria pesada. Había negociado su apoyo contra el reconocimiento del orden económico vigente: nada de planes o economía estatal; libre concurrencia e ilimitada autoridad de los empresarios en los negocios. Sus financiadores le quitaron de la cabeza la planificada nacionalización de la gran banca y la fracción parlamentaria se sometió a la voluntad superior de Hitler y cambió el proyecto de ley.
Fue entonces ciando el presidente del partido, Adolfo Hitler, se convirtió en "Führer". Hitler consideraba el programa del partido, que databa de 1920 y que en su momento había declarado solemnemente como intangible, como un cepo que le tuviera atrapado. Había Rechazado hacía largo tiempo como ilusoria la pretensión de que el partido obrero nacoialsocialista pudiera interferir el movimiento marxista de masas y creía que las oportunidades del NSDAP no estaban entre los proletarios, sino entre las amargadas gentes de negocios, artesanos, funcionarios y campesinos. Estos afluían en masa al partido y su anhelo no era una revolución socialista, sino "Libertad y pan".
Cuando el movimiento era todavía muy pequeño, Hitler me había dicho con frecuencia: "Temo el día en que vengan las multitudes a nosotros." Y yo sabía la razón: para cada uno de los dirigentes que conocía, el programa del partido era diferente: para Gregor Strasser, socialista; para Alfred Rosenberg, de carácter mítico; para Hermann Goering y algunos otros, cristiano en cierto modo. Unos querían un Estado clasista, otros una monarquía; los de aquí deseaban que el Tercer Reich tuviera una estructura federalista y los de allá, que fuera rígidamente centralista. Unos maldecían en Prusia, los otros en la diversidad de las distintas estirpes alemanas. De esta manera, cada nacionalsocialista tenía prácticamente su nacionalsocialismo. Para el nuevo movimiento de masas aumentaba así, de día en día, el riesgo de la fragmentación.
Hitler conocía aquel peligro. Así es que precisó:
—El nacionalsocialismo es un concepto del mundo y no un programa. Nuestro objetivo es ahora conquistar el poder y luego, veremos.
De acuerdo con ello, redujo los discutidos 25 puntos del programa del partido a un par de frases hechas sobre las que no cabían diferencias de opinión entre los alemanes "nacionales": "la guerra mundial 1914-18 había sido organizada por las potencias occidentales para aniquilar a la Alemania ascendente"; "los judíos eran nuestra desventura." "El sistema parlamentario era impotente." "El servicio a la comunidad empieza con el servicio propio."
Con palabras como estas, Hitler obtuvo el triunfo en las elecciones para el "Reichstag" del 14 de septiembre de 1929. Y como nada es tan triunfal como la propia victoria, apareció a partir de aquel momento como el hombre que había tenido razón. Había tenido razón el hombre llamado Adolfo Hitler, pero no su partido ni su programa.
Claro que todo ello terminó por provocar la división de los ánimos en el seno del NSDAP.
Los llamados "programáticos "— entre ellos, numerosos diputados nacionalsocialistas bajo el mando de Gregor Strasser — consideraban a Hitler como un orador y un propagandista genial, como un heraldo, pero no le otorgaban gran valía como político. Además, era un "apátrida", por lo que no podía votar ni ser elegido en Alemania, ni consiguientemente tampoco ocupar cargo ministerial alguno. En cuanto hubiera "tocado a rebato" y conseguido la mayoría para un gobierno o una coalición, tendría que desaparecer por el escotillón y dejar el campo libre a los "programáticos" del NSDAP.
Lo cierto sin embargo es que cada vez era mayor el número de alemanes que creían en el "heraldo". Veían en él al hombre fuerte, capaz de mandar al diablo a aquellos siniestros "fantasmas parlamentarios" y sobre todo, de procurar a todos los alemanes "Libertad y pan".
El día 13 de enero de 1931, Hitler inauguró la "Casa Parda" en la Brienner Strasse. Con anterioridad, me había hablado largamente de sus proyectos arquitectónicos; quería conseguir un estilo neoclásico y la "Casa Parda" tenía que ser el ejemplo y modelo para todas las construcciones futuras. Confieso que en el momento de la inauguración experimenté un cierto desencanto: la "Casa Parda" con sus escaleras de mármol y sus largas alfombras de tonalidades pastel me pareció, en definitiva, una mezcla de vestíbulo de hotel y motonave de lujo.
21
Hitler nos llevó a la "Senatorensaal" , la pieza más destacada de la central del partido.
—Aquí celebrará sus sesiones el consejo de nuestro movimiento y tomará las decisiones más trascendentales — anunció.
Me quedé en la "Senatorensaal", con él y su antiguo amigo Hermann Esser, cuando los restantes invitados se hubieron alejado. Hitler se asomó a la ventana y su mirada se fijó en la Nunciatura, que estaba al otro lado de la calle. Dijo así:
—No discuto al Papa de Roma su infalibilidad en cuestiones de la fe. Y a mí nadie puede discutirme que entiendo de política más que cualquier otro hombre en el mundo. Por ello, proclamo para mí y mis sucesores el dogma de la infalibilidad política.
Pronto dominó en la "Casa Parda" un estado de ánimo candente. Desde Berlín llegaban noticias sobre una próxima nueva rebelión de los S.A. Se decía que a su frente estaba el "Oberste-S. A. Führer Ost" [21] [22]Walter Stennes y también circulaba el rumor de que el doctor Goebbels había tomado aquella vez posición con los rebeldes, contra Hitler.
Por lo que a mí respecta, las noticias sobre la prevista revuelta de Berlín me interesaron sólo relativamente. Porque también en el seno de la "Liga de Estudiantes" se preparaba en aquellos momentos una acción subversiva. Y la acción subversiva estaba dirigida precisamente contra mí. Desde que en 1928, con mis veinte años, me había hecho cargo de la jefatura nacional, no habían dejado de producirse complicaciones con bastante frecuencia. Capitaneaban la oposición contra mí unos cuantos universitarios de mayor edad, que, a decir verdad, sabían bastante más que yo de política universitaria. Su aspiración era hacer de la "Liga de Estudiantes Nacionalsocialistas" el cuerpo de dirigentes espirituales y doctrinales del partido. Yo veía, por contra, en la organización estudiantil la tropa de choque de la revolución nacionalsocialista. Así es que los jefes de la oposición solicitaban mi destitución pura y simple.
El día 31 de marzo recibió Hitler a mis adversarios, doctor Anrich, de Tubinga, y Reinhard Sunkel, de Berlín. Bajo la impresión de la amenazadora acción de Goebbels y las S.A. de la Alemania oriental, Hitler les acogió a gritos:
—¡Siempre estos malditos intelectuales! ¡Cada vez que en Alemania aparece un hombre grande, los enanos le salen al paso!
Y acto seguido, les amenazó con la expulsión del partido en el caso de que no volvieran a ponerse a mis órdenes.
Inmediatamente después de estos hechos, Hitler se dirigió a Weimar. Estaba convocada allá una reunión secreta de mandos, a la que también se había citado a Goebbels. Éste aseguró a Hitler que no tenía absolutamente nada que ver con la prevista revuelta y expresó su deseo de trasladarse inmediatamente a Berlín para poner orden en la situación. Pero Hitler no parecía fiarse demasiado de él y le mantuvo a su lado. Declaró destituido a Stennes y nombró a Hermann Goering "comisario político del Alto Este".
Stennes contraatacó y ocupó con sus S.A. la redacción del periódico de Goebbels, Der Angriff, publicando un vibrante llamamiento:
"Munich ha olvidado que los S.A. han constituido siempre la vanguardia del partido, con su capacidad para el sacrificio. Se ha construido la "Casa Parda", que ha costado millones, mientras los hombres de las S.A. carecen de un céntimo para poner suelas a sus desgastadas botas. Las S.A. han efectuado millares de acciones por orden del partido, en el Reich, en las regiones y los municipios. Pero hoy se cree que las S.A. han cumplido ya y se las desprecia; hoy se las considera el alma perversa que sigue hablando del traicionado programa del partido... Bandera en alto, las filas apretadas, las S.A. marchan [23]. Stennes asume el mando."
Hitler no se atrevió a ir aquella vez a Berlín. Acompañado por Goebbels, regresó a Munich. En una gran concentración celebrada en el Circo Krone, los efectivos del partido le reiteraron su adhesión. Hitler confiaba con que aquella demostración tuviera su efecto a distancia. Y así fue, efectivamente: al cabo de unos días, Stennes perdió la partida. Poco después le enviaron como consejero militar a China.
En la "Liga de Estudiantes" proseguía, empero, la revuelta. El frente anti-Schirach obtuvo un poderoso aliado en el dirigente Gregor Strasser, bajo cuya jefatura se hallaba la entera organización del partido. La "Liga" era la única sección que escapaba a su autoridad, pues estaba puesta directamente bajo la de Hitler. Así es que me vi mezclado en la lucha secreta que enfrentaba a Strasser y Hitler. Un grupo de jefes de las diferentes secciones universitarias se segregó de la "Liga" para ponerse bajo las órdenes de las jefaturas locales, es decir, de Strasser. Comisionados de éste, provistos de veintitrés firmas falsificadas de otros tantos jefes de sección se desplazaron de Universidad en Universidad, dando la impresión de que la totalidad de la organización estudiantil estaba en abierta rebeldía contra mí.
Fui a ver a Hitler para decirle que estaba dispuesto a ceder a todas aquellas presiones. Se puso a gritar:
—¡No somos un club parlamentario en el que se dimite cuando se quiere! En el caso de que no le destituya personalmente, permanecerá usted en su puesto. Convoque inmediatamente a los mandos.
Cincuenta mandos de la "Liga" procedentes de toda Alemania esperaban el 2 de mayo en la sala de actos de la "Casa Parda" a que Hitler les dirigiera la palabra.
Hitler acudió. Le presenté a los mandos estudiantiles reunidos, convencido de que aquélla sería la última vez que hacía algo semejante.
Comenzó su discurso:
—Cuando se fundó la liga estudiantil no se hizo para crear un grupo intelectual, sino para conseguir, a través de la misma, mandos para nuestro movimiento de masas. El camarada Von Schirach supo entenderlo así. En tiempo de depresión y atonía general aportó un considerable impulso al movimiento. Este movimiento que marcha hacia adelante...
Y luego siguió hablando Hitler sobre su tema favorito: el "Führerprinzip" [24].
—Se dice de mí que soy un heraldo, un buen orador, pero no un organizador. Me considero capaz de juzgar unas cosas mejor que otras y creo necesario defenderme contra la estrechez de este concepto. Esta es mi enfermedad y tiene que ser admitida tal cual es. Renuncio a manifestaciones de fidelidad, que no tienen en definitiva valor alguno para mí. Solamente deseo disciplina. No aspiro a afecto alguno, se puede, inclusive, sentir odio hacia mí, pero la organización tiene que seguir manteniéndose intacta...
Hoy, treinta y seis años después, me recorre todavía por la espalda un escalofrío cuando releo este discurso de Hitler, que data del año 1931 y que permaneció inédito. ¡Qué soberbia tenía aquel hombre! Pero entonces me hallaba fascinado por la aparente sinceridad de Hitler, por su fanatismo, y a mis propios camaradas — amigos y enemigos — no les ocurría otra cosa.
Como colofón, se volvió Hitler directamente a mi oponente, Reinhard Sunkel, de Berlín:
—Estoy al lado de Schirach con toda mi autoridad. No tengo otro colaborador más fiel y más constante que este joven camarada. Me dejaría mejor cortar en pedazos que dejar a Schirach en el atolladero. Vuelvo a ser ahora el veterano del frente, que cuida de sus camaradas y les protege con riesgo de su propia muerte.
Hoy en día se denominaría un "lavado de cerebro" lo ocurrido el 2 de mayo de 1931 en la sala de actos de la "Casa Parda". Los dirigentes de la oposición terminaron por retirar, una a una, todas las acusaciones que habían hecho contra mí.
A partir de aquel instante me sentí vinculado con mucha mayor fuerza a Hitler y obligado a poner a contribución todas mis energías para su triunfo. Emprendí una lucha radical en todas las Universidades y el resultado fue enteramente satisfactorio. Conseguí así la primera mayoría absoluta para Hitler. Pero, antes, fui encarcelado por primera vez.